Contrario a lo que se establece en la ley desde enero pasado, el Instituto Nacional de Migración (INM) retiene a niños extranjeros en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), dentro de un cuarto sin ventanas y con la luz encendida las 24 horas.
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Las reformas a las leyes mexicanas de migración y asilo que entraron en vigor este año señalan que, bajo ninguna circunstancia, el INM puede retener a niños en sus instalaciones, pero eso no se cumple.
Entre la noche del miércoles 7 de julio y la tarde del día siguiente, alrededor de 15 niños, desde lactantes hasta adolescentes, estuvieron retenidos en una habitación de la Terminal 2, adaptada con literas y colchonetas en el piso.
El espacio es usado por el INM como una especie de “sala de espera” para extranjeros a los que se les niega el ingreso a México y son devueltos a su país o que llegan al AICM en vuelos de conexión con destino a Centroamérica.
De acuerdo con testimonios, el lugar parece más una celda gestionada por el INM y vigilada por personal privado, de la que los viajeros no pueden salir a voluntad.
Al ingresar ahí, les retiran sus celulares y normalmente no les deja realizar ni una llamada telefónica, además de que la alimentación depende de cada aerolínea en la que llegaron las personas y no les otorgan una cobija para cubrirse del frío en la noche.
Ana Saiz, directora de Sin Fronteras, acusó que las personas que están en ese espacio del aeropuerto están privadas de su libertad, normalmente por más de 4 horas, por lo que urgió que se permita que el lugar sea supervisado por organizaciones civiles.
Advirtió que, en este punto de entrada a México, el INM opera con discrecionalidad, pues han detectado casos en los que son rechazadas personas que necesitan protección internacional.
Niños tienen pesadillas
Miguel Ángel Beltrán y Natalia Caruso acusan que ellos y sus dos hijos menores de edad fueron privados de la libertad por el Instituto Nacional de Migración (INM) en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM).
Por más de 18 horas -entre el miércoles y jueves pasados- permanecieron encerrados, Natalia y sus hijos, de 5 y 10 años, en una sala; Miguel Ángel Beltrán en otra.
A su llegada a México, la familia colombiana fue retenida por agentes migratorios que les informaron que no podían entrar al País por antecedentes penales de Beltrán.
El catedrático colombiano ya había sido deportado en 2009 por el INM debido a una falsa acusación del entonces Gobierno de Álvaro Uribe, que lo vinculó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Absuelto en su país en 2016 y reconocido en México como víctima de abusos del INM, Miguel Ángel y su familia ya habían ingresado a México en otras ocasiones, pero este año volvió a aparecer un registro negativo en su historial migratorio.
En la Terminal 2 del AICM, Miguel Ángel y Natalia discutieron por más de dos horas hasta que lograron que les permitieran hacer una llamada telefónica.
“Fueron horas de estar muy firmes de que era algo injusto, que estábamos incomunicados, que se nos estaba privando de la libertad, y además a dos menores, era un secuestro y estábamos prácticamente desaparecidos ante nuestras familias y amigos”, contó Caruso.
“Los niños ya estaban llorando, estaban asustados, que por qué estaban ahí, y finalmente accedieron”.
Luego de lograr hacer una llamada telefónica, las demás personas que ya se encontraban retenidas exigieron también ese beneficio.
Así lograron comunicarse con sus abogados, que interpusieron un amparo con el que finalmente se les permitió la entrada a México.
Pero mientras eso ocurría, los niños pasaron la noche con su madre en una habitación con literas, sillas metálicas y sin ventanas.
Natalia Caruso contó más de 50 personas en ese espacio.
“Había muchas mujeres, llorando, muy impactante, porque en la gran mayoría sus esposos sí pasaron a México pero ellas no, y varias tenían a sus hijos, mujeres embarazadas”, narró.
De acuerdo con el relato de Caruso, los niños se mostraban por ratos irritables y en ocasiones se ponían a correr.
“Las guardianas pedían que los niños no se subieran a los camarotes, no saltaran, que se quedaran quietos”, recordó.
Aunque nadie se lo dijo, su hijo de 5 años asumió que habían estado en la cárcel, y desde entonces ha tenido pesadillas, por lo que ha tenido que acudir a terapia con psicólogos tras un viaje de vacaciones para festejar su cumpleaños.
“Son de los impactos que no se vieron en su momento, pero están ahí”, concluyó Natalia.
Agencia Reforma