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Narran víctimas agresiones sexuales de Roemer

Víctimas narraron los abusos de Andrés Roemer.

Víctimas narraron los abusos de Andrés Roemer.

Los relatos de sus víctimas arrojan un patrón similar: el gancho tirado por Andrés Roemer era una oferta laboral en La Ciudad de las Ideas, el festival organizado por la asociación Poder Cívico que preside. Eran citadas en algún restaurante, pero horas antes, el lugar de la cita era cambiado a su casa en la Colonia Roma, con el pretexto de un viaje.

Cinco mujeres narran cómo fueron agredidas sexualmente por el escritor entre 2009 y 2019 no solo en su casa de la Roma, sino también en San Francisco, California, en el tiempo en que fungió como Cónsul general de México.

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Las víctimas describen una sala de cine en el sótano de la casa de Roemer a donde eran llevadas. Era su guarida, el lugar donde se sentía seguro. Un lugar bajo llave donde fueron retenidas y agredidas.

Roemer se las arreglaba para meter dinero en sus pertenencias antes de que ellas se retiraran, les mandaba mensajes pidiéndoles discreción o aludiendo que lo ocurrido había sido consensuado.

La Fiscalía de Investigación de Delitos Sexuales de la CDMX abrió de oficio una carpeta de investigación en su contra luego de que la bailarina Itzel Schnaas hiciera público en video el abuso sufrido a manos del diplomático.

La asociación “Nosotras para ellas”, que brinda asesoría jurídica y psicológica a víctimas por violencia de género, ha documentado varias denuncias contra Roemer por acoso, abuso y violación. La primera de 1993.

“Desde hace mucho lleva operando de esta manera, lo que pasa es que ninguna había querido hablar por lo que Andrés representa, se mueve en círculos de mucho poder, no solo en el País sino en instancias internacionales, tenían miedo”, dice Diana Murrieta, presidenta de la asociación.

Plantea que cuando salió a la luz la primera denuncia pública en contra de Roemer y él intentó desacreditarla, vino el enojo de las demás víctimas.

“Empiezan a salir estas denuncias públicas que, ojo, no son las totales. Andrés tiene muchísimas más que el número de denuncias públicas”, dice Murrieta.

Sobre el paradero de Roemer han corrido distintas versiones en las últimas semanas desde que la Fiscalía capitalina decidió investigar el caso. Una de ellas es que habría salido a Israel, país con el que México no tiene tratado de extradición. Pero si viajó, no fue en vuelo comercial sino privado, de eso Murrieta tiene plena seguridad. Otras versiones lo ubican en las últimas semanas en la CDMX o Nueva York.

“Lo que creo que Andrés está haciendo es intentar salvar las relaciones que aún le quedan, intentando pedir los favores que nunca pidió”, asevera Murrieta.

Las víctimas que comparten su testimonio están planteando la estrategia legal para obtener justicia, que puede resumirse en una sola frase: “Que no lo vuelva a hacer”.

Roemer se ve por vez primera fuera de la seguridad de su guarida y las víctimas podrían tener hoy al menos la esperanza de que se haga justicia.

I.

Tenía solo 19 años cuando fue una más de las víctimas. “¿Cuántos años tienes? Te ves muy joven ¿Eres virgen?”, la interrogó Roemer, nada más recibirla en su casa.

¿Qué podría salir mal? I. había intentado calmarse a sí misma antes de entrar. Iba en busca de una oportunidad en La Ciudad de las Ideas. La joven estudiante de Contaduría de la UNAM creyó que había sido citada en un café o restaurante de la Plaza Río de Janeiro. En la calle, desconcertada, llamó a la secretaria. De inmediato, se asomó el chofer por la puerta y la atrajo a la casa. Fue llevada hasta el sitio donde había una biblioteca enorme, un par de sillones y una mesa. “¿Qué podría salir mal?”, se repitió. Cuando Roemer apareció en pijama, I. se dio cuenta que nada podría salir bien.

“¿Te depilas?”, preguntó él. Ella no dijo nada. Roemer pretendió interesarse en cómo pensaba que podía colaborar en Poder Cívico y el festival. Ella recitó la lista de posibles conferencistas para La Ciudad de las Ideas. Roemer volvió a la carga: “¿Qué te tomas?”.

Ella le contestó que no bebía, de todos modos él hizo traer dos caballitos de tequila. Le extendió un vaso y la retó: “A ver ¿quién se echa uno?”. Ella temblaba. Presionada, si acaso le dio un sorbo al vaso, no pudo ser más. Él le lanzó un par de preguntas más sobre sus estudios. “Contaduría, ay no, ¡qué flojera! Los contadores no ganan un peso, a menos que seas fiscalista”. Y volvió a insinuársele: “Ya cuéntame, ¿te depilas?”. Roemer bebió un trago, se acercó a la joven y la besó. Ella se echó para atrás en el sillón, en rechazo. “¿Te depilas?”, insistió de nuevo metiéndole la mano en el pantalón. Presa del miedo, ella reaccionó: “No vengo sola, me están esperando”. Solo entonces se apartó. Llamó al chofer para llevara a la salida. La despidió con una falsa promesa de llamarla si surgía algo.

I. salió deshecha. Efectivamente, un amigo la esperaba afuera. Cuando le preguntó cómo le había ido, ni siquiera pudo contarle la verdad. No quiso quedar como una tonta. Ocurrió en 2009 y todavía no ha podido contarlo a sus padres. “Ha sido una carga emocional muy difícil”, dice. “Las marcas del abuso sexual son para toda la vida”.

Durante mucho tiempo se obsesionó buscando en internet: “Andrés-Roemer-abuso sexual”, tratando de encontrar alguna historia similar. Ahora sabe que no fue la única. Piensa en que, si hubiera hablado antes, quizá no hubiera pasado nada de esto.

“Ha hecho daño a tantas personas que no creo que sea justo que pase el resto de su vida viajando, en la calle, como si nada hubiera pasado, que siga en su privilegio”. Si la cárcel es la consecuencia de todo lo que ha hecho, añade, sería lo mejor frente al daño que ha causado.

Mariana F.

“¿Y tú bailas la danza de los siete velos?”, preguntó Roemer en lo que aparentaba ser una entrevista de trabajo a Mariana F., otra de sus víctimas, una joven de ascendencia libanesa, a punto de terminar la carrera de Relaciones Internacionales en el ITAM.

A través de la bolsa de trabajo de la universidad había sido contactada por Poder Cívico y citada para entrevista en unas oficinas en Avenida Reforma. Pero antes de llegar, le pidieron dirigirse a un restaurante donde encontró a Roemer reunido con su equipo. Él le pidió sentarse junto a él y le hizo apenas tres preguntas sobre su perfil, estudios y expectativas profesionales. Le dijo que no tenía más tiempo en ese momento y la citó al día siguiente para una entrevista formal en una dirección de la colonia Roma.

Al llegar, le abrió la puerta un hombre. Se sintió desconcertada al darse cuenta que era su casa. Fue llevada a la sala de cine-biblioteca. Roemer bajó diez minutos después. Al notar el desconcierto de la joven, se disculpó por haberla citado ahí, pero argumentó que tenía un viaje en puerta y en una hora tenía que estar en el aeropuerto.

Lo primero que quiso saber era si tenía novio. Aunque era de sus primeras entrevistas de trabajo, a Mariana no le pareció normal el cuestionamiento. Cuando le preguntó sobre su segundo apellido, de origen libanés, se le insinuó: “¿Y tú bailas la danza de los siete velos?”. Ella le replicó que no entendía cómo eso tenía que ver con el puesto de trabajo. “Lo que quiero saber es que, si pongo música, ¿bailarías para mí?”, volvió a insinuársele.

Roemer se levantó, caminó hacia Mariana, la levantó del sillón por la cintura, empezó a manosearla y a querer besarla por la fuerza. Ella le dijo que no muchas veces. No hubo consentimiento alguno. Intentó empujarlo para liberarse. Hasta que le dijo que la esperaban afuera porque tenía una cita en el ITAM. “Ninguna mujer está preparada para el abuso”, dice. “Nos educan como para ser políticamente correctas siempre… me impidió enojarme. Estaba paralizada”.

Tomó su bolsa y el currículum que Roemer ni siquiera abrió. Él intentó convencerla: “El trabajo es tuyo si lo quieres, serían 6 mil pesos al mes. Yo creo que tú y yo nos podemos llevar muy bien, si tú muestras disposición vas a crecer mucho”. Le pidió mandarle por correo su respuesta y le abrió la puerta.

No sabe cómo salió de ahí. La siguiente escena que recuerda es estar sentada llorando en su coche. Llegó a su cita en el ITAM con un profesor, iban a hablar de su tesis, pero la notó descompuesta. Ella solo se atrevió a decirle que había tenido la entrevista de trabajo más rara.

Volvió a toparse a Roemer cuando trabajó en la Secretaría de Relaciones Exteriores, durante el periodo en el que fue Cónsul de México en San Francisco y luego, Embajador de México ante la UNESCO.

Mariana le pidió a su jefe no exponerla a ningún tipo de contacto con él, sin darle más explicaciones, solo alegó una “historia personal”. Pero hubo eventos fuera de su control. Era la sensación de no estar segura en su lugar de trabajo. Al topárselo sentía un hueco en el estómago, taquicardia, las piernas le temblaban, náuseas.

Su jefe llegó a plantearle acudir a la Unidad de Género, pero ella no quiso. Acababa de ingresar a la Cancillería, su sueño como internacionalista, Roemer en cambio era amigo de José Antonio Meade, el Canciller. “¿Quién iba a salir afectada?”, cuestiona.

Justicia significaría para Mariana F. que se aplicaran las leyes no solo en su caso sino también con las demás víctimas de abuso y violencia sexual. Que no haya impunidad. “No lo vamos a permitir”. Logró que el nombre de Roemer fuera retirado de los galardonados “Al Mérito Profesional” en el ITAM.

“Que vean que nadie es intocable, eso es justicia para mí”, afirma. “Es un hecho que él es un tipo influyente, encubierto por hombres poderosos. Que las mujeres vean que nadie es intocable y cada día es más caro encubrir a hombres así”.

Fernanda L.

En la sala de cine del sótano de su casa, Roemer se masturbó frente a otra de sus víctimas, Fernanda L., en lo que debía haber sido una entrevista de trabajo.

Después de cambios de hora y lugar, el escritor finalmente la citó ahí con el pretexto de un viaje inminente a París, dos días después, por un asunto de la UNESCO.

Roemer le ofrecía encargarse de las relaciones públicas de La Ciudad de las Ideas. Un puesto que a la joven publirrelacionista no le interesaba, al estar involucrada en otro proyecto. Si accedió a esa cita fue para no quedar mal.

Conocía a Roemer y a su esposa. Asistió como acompañante de un amigo a su boda y a un par de cumpleaños. Con la esposa de Roemer tuvo una reunión de trabajo en un café, cuando llegó también estaba él. Aprovechó para invitarla a conocer La Ciudad de las Ideas y se encargó de enviarle boletos. Durante el festival, le hizo la oferta de trabajo.

Que Roemer bajara en pants a la cita laboral, la desconcertó. Su primera pregunta fue si salía con alguien. Se puso agresivo en cuanto le dijo que salía con un periodista. La acusó de ser una “infiltrada”. Pero su amigo periodista ni siquiera sabía que ella estaba ahí, pero al enterarse, la urgió por el celular: “Salte, salte, salte”. Fernanda L. no entendía qué estaba pasando.

“Todo cuanto pase en este lugar es entre tú y yo”, le dijo Roemer. Empezó a hablarle de trabajo. De entrada, le ofreció un sueldo de 80 mil pesos mensuales en La Ciudad de las Ideas y dio paso a las insinuaciones: “Qué bonitas piernas tienes”.

Una conversación que ella intentó mantener en el terreno de lo laboral pero que Roemer desviaba con comentarios de tipo sexual. A pesar de su evidente incomodidad, él no se detuvo. “No te preocupes, Pamela (su esposa) sabe que yo soy así, tenemos una relación abierta”.

Cuando ella le dijo que se iba, alegando que se hacía tarde, él la retuvo: “Ya te pedí de cenar, terminando te vas”. Fernanda lo había visto poner seguro a la puerta.

En un punto, Roemer abrió y ella quiso aprovechar para irse, pero entró la empleada doméstica con la cena. Intentó calmarse: cenaba y se iría.

Al volver, cerró la puerta, se le sentó enfrente: “No te voy a tocar”. Fernanda lo vio hincarse, sacar el pene y empezar a masturbarse. Ella protestó. Y él se detuvo. No veía como saldría de ahí, cómo decirle que se iba sin hacerlo enojar. Su bolsa estaba en otra parte de la sala. “A las mujeres nos educaron a siempre ser correctas”, dice ahora, al recordar lo sucedido.

Se volvió a hincar. Ella volvió a protestar. Roemer le ofreció 100 mil pesos mensuales si se vestía para él. Ella declinó la oferta, le dijo que no iba a eso. Volvió a hincarse y entonces, se le abalanzó. Al instante, Fernanda lo amenazó con gritar. Solo eso lo detuvo porque, según supo después, la hija de Roemer estaba en el piso de arriba. Y volvió a ofrecerle dinero a cambio de vestirse a su gusto. Fernanda entendió que era ahora o nunca.

Tomó su bolsa para salir y él abrió una primera puerta. Quedó acorralada en una cava-biblioteca. “Estas escaleras llevan directo a mi cuarto, ahí tengo un Picasso que me encantaría que vieras”, le propuso, regalándole una botella y un libro. Ella no quiso. Entonces le ofreció dinero a cambio de sexo: 100 mil pesos en efectivo. Subió la oferta hasta 300 mil. “Ni 3 millones de pesos, por favor ábreme la puerta”. Solo entonces, abrió la segunda puerta y la dejó ir.

Amaneció al día siguiente con mensajes de Roemer que no contestó. “Buenos días, espero que hayas dormido bien. Te veo para desayunar”. A la media hora, otro más: “Te veo para comer”.

Por consejo del amigo que los había presentado, Fernanda le envió un mensaje rechazando de manera polite su oferta de trabajo. Roemer le advirtió: “No te equivoques Fernanda, me voy a París. Regresando, hablamos”. Pero ella dejó en claro que en adelante, cualquier comunicación sería a través de su esposa.

Al llegar a su casa, Fernanda descubrió los 50 mil pesos que Roemer había metido a su bolsa. Llamó a un amigo para contarle lo sucedido: “Creo que fue abuso”. Su amigo despejó cualquier duda: “Claro que fuiste abusada y mañana le regresas todo en un Uber”.

Eso hizo. Roemer empezó a marcarle desde París. Ella apagó su celular. Lo último que recibió fue un mensaje por Instagram: “Gracias por el detalle del champán. Ya entendí tu mensaje. Te deseo lo mejor. Espero discreción de tu parte. Eres alas de vuelo alto”. La esposa del escritor la buscó un par de veces más con invitaciones a fiestas que ella esquivó.

Cuando Fernanda hizo público su testimonio en la revista Quién, tras salir a la luz pública la denuncia en video de Itzel Schnaas, la esposa de Roemer volvió a buscarla. Le dijo que ella sabía que había tenido sexo consensuado con su marido, que le dolía ver su historia cambiada en los medios y que Roemer estaba consternado por lo leído, que si sentía que no había sido consensuado, quería pedirle una disculpa. No hubo más comunicación.

Justicia en su caso es que ni una más sea víctima de Roemer, que sea muy caro el precio por encubrirlo. “Yo sí quiero que acabe en la cárcel, no por lo que me hizo a mí, pero los hombres como Andrés no pueden ganar”.

Ana Paula

En su segundo día como Cónsul en San Francisco, Roemer pidió la renuncia a un empleado para poder traer a su chofer desde México. Se decía que con botellas de champán celebró su nuevo cargo diplomático en el sexenio del Presidente Enrique Peña Nieto. Esa fue su carta de presentación.

Por una amiga, la arquitecta Ana Paula, otra de sus víctimas, se enteró que el diplomático quería conocer a mexicanos en San Francisco y saber de sus planes y proyectos. Ella trabajaba en un despacho internacional de arquitectura, pero eventualmente esperaba que surgiera alguna oportunidad para permanecer en la ciudad. Aceptó que su amiga le diera su teléfono al Cónsul. Roemer le propuso cenar después del trabajo. Ella no tenía claro si es que se reuniría con otros mexicanos.

Roemer la citó en el lobby del hotel donde se alojaba recién llegado a San Francisco. Ella eligió un vestido negro y tacones, un atuendo que le pareció apropiado para entrevistarse con el diplomático. “¡Qué guapa! ¿Te pusiste ese vestido para mí?”, le dijo al verla llegar. Como mujer, y sobre todo en un país como México, dice, estaba acostumbrada a esquivar ese tipo de comentarios en un contexto de trabajo.

Salieron del hotel y el chofer los llevó a un elegante restaurante de carnes donde Roemer fue recibido como un viejo conocido. Se acomodaron primero en el bar y él comenzó con las preguntas personales, si tenía novio, qué le gustaba hacer. Y ella, intentaba desviar la conversación hacia el trabajo. Ya en la cena, le propuso: “Y si te compro un vestido rojo, ¿la próxima vez te lo pondrías para mí?”, para entonces Ana Paula estaba francamente confundida. Se escribió por chat con un grupo de amigos, diciéndoles: “Este señor se me está insinuando, no sé qué hacer”. Era 2013. Antes del Me Too. Roemer era “el señor rabo verde” que se le estaba insinuando. Ana Paula inventó en algún punto que estaba comprometida ante sus insistentes comentarios. Él hasta llegó a decirle que le encantaría casarse con ella.

En la cena nunca le habló de los planes de los mexicanos en San Francisco ni del Consulado. Salieron del restaurante y subieron al coche. La invitó a ir a su hotel. Ella, apanicada, lo esquivó diciéndole que trabajaba muy temprano al día siguiente. Él le tocó la pierna, ella lo rechazó. Después trató de besarla, también lo rechazó. Enojado, ordenó al chofer llevarlo primero a su hotel y luego a ella a su casa.

Al día siguiente, Roemer le escribió: “Buenos días, ¿cómo amaneció la niña fresa?”. Durante las dos siguientes semanas, siguió enviándole mensajes que ella ignoró.

Llegó a contarles lo sucedido con el Cónsul a sus amigos. Al ver el video de Schnaas en febrero pasado, le “cayó el veinte” de lo que a ella le había sucedido en 2013. El mismo modus operandi. Entendió que era importante salir a contar su historia.

“Yo pude escapar, pero si hubiera ido a su hotel, hubiera acabado como cualquiera de las otras historias dentro de la sala de cine (de su casa) en México”, dice.

Justicia para Ana Paula significaría que se volviera un caso histórico, no solo para este caso, sino que sentara un precedente. “Me encantaría que acabara en la cárcel, no sé si va a suceder, tristemente hay mucha impunidad en México, pero que al menos pierda su posición de poder”.

Talía M.

Durante dos semanas, Talía pensó si acudir o no a la cita de trabajo con Roemer. Sabía que a una amiga suya se le había insinuado. Era todo lo que sabía pero eso no evitó que fuera una más de sus víctimas,. Dudaba si sería una pérdida de tiempo o si perdería una oportunidad de trabajo. Tenía 19 años y era voluntaria en una organización de la comunidad judía que becaba a jóvenes para asistir a La Ciudad de las Ideas.

Se lo encontró en un restaurante en Polanco, ella iba con una amiga y se acercó a saludarlo. Era una joven estudiante de Comunicación. “Creo que tu carrera va bien para La Ciudad de las Ideas, pero te queda chica para lo inteligente que eres”, le dijo. Y le ofreció: “Vente a mi casa un día y platicamos cómo puede ser que trabajemos juntos en La Ciudad de las Ideas”.

Por ser él también parte de la comunidad, confió, le pareció normal que la citara en su casa. Le ofreció una copa de vino. La llevó a la sala de cine con sillones, se sentó frente a ella, muy cerca, sus rodillas rodeando las suyas, pero sin llegar a tocarse. Roemer bajó la intensidad de las luces.

Empezó a hablarle de su carrera, de La Ciudad de las Ideas. Ella estaba muy emocionada con la posibilidad de asistir al festival. Y de la nada, él le dijo: “Qué ricas chichis tienes”. Talía se levantó: “Yo no vine aquí más que con propósitos laborales. Te pido una disculpa si te di una imagen errónea, pero esto no va por ahí”. Roemer lanzó una risa cínica y le pidió una disculpa. Le propuso seguir con lo que venían a hablar. Y otra vez: “¿Estás depilada?”. Talía se levantó. Le dijo que no creía que él entendiera a qué había ido. Se iba. Roemer le ofreció que su chofer la llevara a su casa. Regresó destruida. Se culpaba por haber ido. “Este tipo de personas te hacen pensar que eres culpable”, dice.

“¿Por qué denunciaría?”, plantea. “Para que el hombre deje de hacer estas cosas”. Quiere que a nivel mundial se sepa cuáles son sus prácticas, qué hace. “Que cualquier mujer pueda ser advertida porque él no va a parar”.
Maestros del engaño

El perfil del abusador sexual es bastante de manual, plantea la neuropsicóloga Feggy Ostrosky .

Cuando se habla de acoso, abuso y violación se trata de delitos sexuales, pero poco tienen que ver con el sexo.

“El sexo para este tipo de depredadores es una operación de control: ordenan la hora y el lugar del encuentro, la búsqueda de conquista, una conquista más es un aspecto primordial, es como un score que vas obteniendo”, señala la directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la UNAM.

Al perpetrador le importa poco lo que la otra persona pueda experimentar, si se siente ofendida o si sufre dolor.

“Lo que quieren es conquistar el cuerpo, no quieren tener una relación si no, harían otro tipo de aproximación”, agrega la autora de Mentes asesinas. La violencia en tu cerebro.

Ven a las mujeres como objetivos parciales, como objetos. Las mujeres son trofeos, resalta.

“Para que utilices a las mujeres para esos fines tienes que cosificarla y deshumanizarla. ‘Eres una cosa y estás para servirme'”, expone.

El hecho de darles dinero conlleva un mensaje: “Te pago, fuiste mi prostituta”.

La búsqueda de poder y control les excita, la autoimagen del perpetrador es por dominar a los demás. Es como un tigre que acosa a su presa.

“¿A dónde te llevó? Al sótano, no te llevo a la sala. Te llevo al sótano, con varias puertas y yo tengo el control de cuándo las abro y cuándo las cierro”, añade.

Otra característica de un perpetrador es la sensación de ser especial, único, explica la neuropsicóloga. Considera que es un privilegio de ellas ser tocadas por él.

“Son inteligentes, carismáticos y talentosos. Las personas que los conocen pueden ser capaces de
(dudar) ¡¿cómo?!, pero son maestros del engaño”, expone.

Además el perpetrador tiene una capacidad para ignorar el miedo a las consecuencias debido a su narcisismo y cuando es desenmascarado, nunca acepta su responsabilidad.

Debería, opina Ostrosky sobre el caso, tener severas consecuencias, que sirviera de inhibidor.

Agencia Reforma

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