“Ni modo que me quedara todo el tiempo encerrado, no se puede vivir encerrado”.
Andrés Manuel López Obrador
La zona metropolitana de la Ciudad de México continúa en semáforo rojo, pero esto no ha evitado que el gobierno capitalino y el mexiquense anuncien la reapertura, a partir de este 9 de febrero, de algunas actividades consideradas no esenciales. En particular se espera que hoy, después de 50 días de permanecer cerradas, reabran de martes a domingo las plazas comerciales y las grandes tiendas. Se están ampliando también los horarios de los restaurantes.
Las autoridades no tienen, a mi juicio, más opción que reabrir. El consumo interior en el país sufrió un desplome anual de 11.5 por ciento en enero-noviembre de 2020. El golpe en la zona metropolitana ha sido todavía mayor, en parte porque ha sido el lugar más afectado por la pandemia, pero también porque ha tenido no uno sino dos períodos de prohibición de actividades económicas. Lo peor es que ninguno domó la pandemia o aplanó la curva.
Las restricciones económicas se establecieron por tiempos limitados, para ser políticamente aceptables, pero se extendieron después; al final se levantaron sin haber cumplido su cometido de frenar la pandemia. La Jornada Nacional de Sana Distancia se impuso inicialmente el 23 de marzo de 2020 con el argumento de que duraría hasta el 19 de abril, pero se amplió hasta el 30 de mayo. Finalmente, el gobierno se vio obligado a reabrir la economía en medio de una crisis brutal. La nueva prohibición a las actividades en la zona metropolitana comenzó el 19 de diciembre y debía haber durado hasta el 10 de enero; pero la reapertura, todavía parcial, apenas empezará este 9 de febrero.
Los confinamientos han despedazado a las pequeñas empresas: decenas de miles se han visto obligadas a cerrar sus puertas y a despedir a sus colaboradores. La movilidad bajó de manera sensible, pero nunca contuvo la pandemia. Entre las razones está el hecho de que el gobierno no impidió el funcionamiento de las empresas informales, como los puestos callejeros de comida, que operan sin protección a la salud. La saturación de los sistemas de transporte público tampoco ha ayudado. El cierre de restaurantes, de hecho, promovió la proliferación de festejos en casas privadas, donde no se aplican las medidas de protección a la salud de los establecimientos comerciales. Los cierres pueden haber ayudado a generar una mayor propagación de la enfermedad.
Hoy se toma la decisión inevitable de reabrir en medio del semáforo rojo. Se aplicarán en los comercios nuevas medidas sanitarias, algunas razonables, otras no. Las tiendas y plazas comerciales podrán abrir las 24 horas del día, lo cual es positivo, porque esto reducirá la concentración de público en horarios limitados, pero con un aforo de solo 20 por ciento y únicamente 30 minutos de permanencia. Se obligará a los comercios a aplicar pruebas rápidas semanales a 20 por ciento de sus trabajadores, lo cual es injusto, porque esto no se impone ni al comercio informal ni a las oficinas de gobierno con atención al público. Aun así, como lo señaló el secretario de desarrollo económico de la Ciudad de México, Fadlala Akabani, con esta reapertura se recuperarán 20 mil empleos.
Realmente las autoridades deberían cambiar su visión. En lugar de cerrar “negocios no esenciales”, deberían permitir la operación de los “negocios seguros”, los que toman medidas para proteger la salud de sus clientes. El problema es que esto obligaría a cerrar casi todos los negocios informales, y el gobierno parece empeñado en promover la informalidad.
Sin cubrebocas
Dijo ayer el presidente sobre su contagio: “Me cuidé, guardé mi sana distancia, pero me tocó”. La verdad es que poco se cuidó, si juzgamos todas las fotos que lo muestran sin cubrebocas y sin sana distancia. Ayer recalcó que seguirá sin usar mascarillas.
Twitter: @SergioSarmiento
Agencia Reforma
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